La no permanencia

La obra de Alicia Amador puede ser mirada desde el crisol de lo simbólico, las conexiones no solo formales, sino también las temáticas subyacentes que permean el desarrollo de lo pictórico bidimensional. La existencia de planos, cualidades, transparencias, tonos y color, que aparecen y desaparecen en los gritos y silencios de los trazos rápidos y el detalle… la dualidad que se une en la composición y en dos cuadros de diferentes momentos temporales, nos muestran la delgada línea de lo material y la impermanencia a la que todos estamos sujetos, para recordarnos el paso del tiempo, la descomposición de todo lo viviente y nuestro propio recorrido histórico.

Ana Elena González / curadora

Los Colores en las formas: la expresión
(conjunto En Blanco,10)

Los trazos de Alicia Amador crecen en forma pendular. Suben y bajan, se balancean en un sentido y en otro. Como en lo juegos del parque se columpian sobre varios planos y niveles plásticos y conceptuales. Para finalmente, ajustada ya la visión a la obra en procedo, transitar con libertad entre las opciones límite y permeables: la figuración humana o animal, en torsión dinámica o en pausa; y la abstracción, que bajo una pincelada suelta, viva, producirá manchas indescifrables, móviles, seductoras. Todo esta dentro de una atmósfera multiforme y multitonal que siendo en su origen un ejercicio para la vista difícilmente impresionara a un solo sentido. Pues las jugosas imágenes de Amador nos llevan también, con naturalidad, de la vista al tacto, del tacto al gusto. Los colores primarios y complementarios, así como las superficies abstractas, en ocasiones derivadas de un origen figurativo; o bien las formulas humanas que en el caso de las pinturas que comento van convulso apostolado al inquietante desnudo pleno  –y algo perverso–, comezarán posadas en la mirada colectiva para al fin depositarse e incidir de manera definitiva sobre el observante singular: aquel testigo impactadopor la pieza inesperada, única… Que al instante vuelve propia en su contundente realidad, en su revulsiva fantasía. La del auténtico engaño del arte.

Héctor Perea / escritor

“Quoth the Raven, never more”
Edgar Allan Poe

El ave agorera cierra la disolución del color en una forma que le oprime, en una cama que le olvida en medio de un sueño (¿vida o muerte?) del que probablemente no despierte.

Francisco Valdés / politólogo

La pintura de Alicia Amador

No vemos el mundo, lo vivimos. No percibimos sus colores, habitamos nuestro espacio cromático. Lo que denominamos percepción visual es una respuesta corporal total al mirar. Al apreciar una pintura simulamos la experiencia que sugiere la imagen del cuadro. Recreamos corporalmente la forma, textura y dureza del material, su color, su aroma, ayudados por recuerdos de experiencias que yacen en nuestra memoria, y aspectos del contexto de lo percibido y de nosotros. La boca entreabierta, la mirada inquisitiva y el gesto de la mano de la mujer nos adentran en estadios emocionales inciertos, misteriosos. La sensualidad delicada de los pliegues de su blusa y de su cabellera sedosa, desarreglada, develan la intensidad
de su vitalidad, que se acentúa con la energía que emana del vegetal que la acompaña. La mujer y el vegetal devienen una realidad emocional,
inasible pero perceptible, como nuestra cotidianidad, gracias a la alquimia del pintor.

José Antonio Aldrete-Haas / arquitecto

“Las obras de arte son como las personas. […] La obra que más
 me gusta siempre es la que no entiendo, la que se me queda
grabada pero que, por lo demás, se me escapa.”

La obra de Alicia Amador pone en operación la dialéctica entre la voluntad de la mano y la del ojo, la comunión entre un camino mental y otro más ligado al cuerpo. Su producción nos refiere a la teoría deleuziana que analiza esta lógica, en la que el color y la sensación juegan un papel primordial, guían la aparición de la mancha expresiva y a la vez de la imagen cuasi figurativa.

Entre la mácula y la representación, la dupla de piezas expuestas aquí juega con el tono y su contrario, se cuela en la memoria también como lo que no es: del verde al magenta, del color a la narración, del arte a su entorno.

Las pinturas aquí reunidas nos hablan desde un juego entre la mirada de la artista, la de las imágenes plasmadas que nos ven fijamente para contarnos su historia, e incluso la mía, que se inserta en esta triada en la que el espectador es el modelo del cuadro.

En la producción de Alicia Amador podríamos reflexionar sobre una profunda teoría del color, que sin duda está presente y que, sin embargo, se excede a sí misma para develar sus opuestos y mostrarnos su época. ¿No es precisamente este el papel de la pintura? Sí, pues nos habla del mundo, aquel ámbito que la obra de arte devela, que funda otros sentidos y que, recordando a Heidegger, es el espacio de acaecimiento del ser.

La obra habla de su tiempo y no está desligada del ámbito del que procede. A la par, da luz a otras relaciones y posibilidades. Esta característica propia del arte hace factible que dos pinturas, relacionadas quizás de manera azarosa, nos narren historias y que incluso se graben con la vibración de los tonos verde, mientras que al abrir los ojos se muestren sorpresivamente ante nosotros en colores tierra.

Las obras establecen un contexto, muestran tonalidades mientras que, sin buscarlo, ponen en discusión una profunda crítica social: de desigualdad, del trabajo, de lo que producimos y consumimos, de las complicadas relaciones humanas en donde el color y la luz son relevantes, pues describen a los personajes y a su historia. Ese es también su mundo.

Yunuén Sariego / curadora